¿Qué es "Corazones"?

Corazones es una colección de poemas que escribí entre 1992 y 2006. Fue publicado en agosto de 2006 en Lima, Perú. La presente versión blog de Corazones conmemora los 2 años de su publicación impresa, y contiene algunos de los poemas publicados.

La edición impresa se encuentra aún disponible sólo en la librería Crisol del Ovalo Gutiérrez, Lima.

Roger Velasquez, París, 01 de agosto de 2008.

alegoría

voy esta vez
lentamente
cayendo
hacia
el

iris.

parpadeas como en cámara lenta, me cubres poco a poco,
hacia el final de mi cuerpo,
como una membrana.

quedo encarcelado entre pestañas.

un gemido escapa de entre tus ojos,

¿qué soy para ti,
en qué color he caído...?

(silencio).

entre los pliegues de la superficie inmensamente blanca
estamos todos,

tú y tú y tú,
yo...

a lo largo de esta hora de muertes,
de esta lenta extinción,

de esta danza empañada,
de la eterna indefinición,

a lo largo de mis piernas azules
y de esta saliva que hizo crecer en algún episodio
vidas bajo tus párpados:

ahora no es más
que una lágrima ajena
que me envuelve.


me gustaba mirarla pasar altísima por entre los corredores, cuando era pequeña, me gustaba cuando miraba mis ojos turbios con los suyos clarísimos a veces, cuando podía mirar su mirada canela, negra, aguamarina, roja, cuando me hablaba con tantas voces y tantos alientos distintos, con tantas intensidades, o me besaba con el sabor no reconocible de las noches demasiado oscuras, de los ojos demasiado cerrados, de la conciencia completamente perdida.

tal vez no la quería, no la quise, tal vez la quiero tanto, tenerla por debajo lamiéndome todo, comiéndome la desolación, las turgencias, tapándole las orejas, negándole cualquier otro mundo, estallando mi deseo contra su cara, hacia su lengua, a través de espesas humedades, trepando mis dedos sobre su adolescencia brillante, resbalándome abandonado entre sus labios, sonando.

no podríamos detenernos en una coreografía tan dulce, tan terriblemente violenta: el sudor nos borraría a mí y a ella como siempre de los espejos mientras giramos remolinos de cabellos sobre brazos torcidos, sobre todas las intersecciones fetales, haciéndola evitar cualquier frase, permitiéndole sólo el solfeo rítmico del instante, sólo el sonido de mi nombre aletargado por su voz sufriendo, sólo mi movimiento acentuando su dolor y la abertura de su boca, gritando en silencio.
al final de la noche estás reunida desde arriba, entre señores y faroles y automóviles, tu sola estatura es el neón que señala un camino de deseo.

¿quién espera hinchado detrás de ti a que acabes tu rutina, quién abre su boca, quién empieza a tocarse constantemente protegido en la penumbra y la estridencia bajo los techos negros, cuando te meneas por ahí sobre las luces, cuando te ve eructando palabras lastimadas de pronto por la noche y el alcohol hacia rostros anónimos, hacia columnas, hacia lo que siempre olvidas?


a mí me espera una montura agazapada,
un animal dispuesto a callar sonidos que me hieren
a punta de empujones y picaduras.


no, yo no he olvidado ninguna herida, no he olvidado ningún día oscuro a kilómetros de tus piernas, pues la vida ha venido encargándose de arrastrar incesantemente sus uñas crecidas por mi pecho, escarbando tanta piel como le fue posible, y tanta sepultura, y tanta materia ya reventada, introduciéndome tus ojos enteros en cada resquicio, prosiguiéndose como una malformación sobre mí o cabalgando en su psicosis como si fueras tú misma sonriendo al perseguir corderos ensangrentados, aves lampiñas, genitales, al atravesar antiguas puertas corroídas hasta los números y las sábanas eternamente sin dueño; habitaciones donde te ven desnudarte sin preludio y pegarte a cuerpos ajenos.

malditos labios, no me toquen, no dejen para mí sólo rendición y segundos diluidos, no me dejen cerrar los ojos, porque así como tanta desnudez me invadió sin resistencia y me llevó un día de la mano hacia el crepúsculo y la lluvia, hacia el interior de una piel blanca, de la misma manera tanto deseo, tantos contactos acaecidos sin tregua, tantas noches elevadas hacia su olor más básico; en sí tanta ceguera contraída; me hicieron envolverme en carne sin preguntar, me hicieron oler tu cabello hondamente con los brazos caídos y la guardia olvidada, me hicieron cuidarte cuanto pude, mirarte incansablemente, amarte caminando descalzo por donde sin darme cuenta rompías cristales y arterias, despedazabas órganos humanos esparciendo sus espesos efluvios en cada rincón sobre los que tu mano mariposa se posaba, como para germinar lúgubres semillas, cultivos que la oscuridad profunda te ordena.


este entorno que nos fue predestinado sin aspavientos,
estos tejidos que se han vuelto hacia nosotros,
estas visiones nubladas

siempre a lo largo de lo que ya no nace
y el viernes que se nos acaba temblorosamente,

un escalofrío:

una vena, un rasguño, una legaña,
y sobre veladores, sobre paredes,

un irremediable
amanecer
glandular.

la transparente oportunidad se ha escurrido inevitable
entre actos e instalaciones
dejándonos cuarteados por la estupidez
y el verano,

a mí con las piernas azules,
a ti toda ojos clausurados

injertado yo en tu conjuntivitis espinosa
ya demasiado adentro...


sólo tú llegas a este desierto intermitente de miopía, sólo tú congelas el aire gimiendo adherida a sofás y manos, sólo tú vas secuestrando cuerpos en lugares que oscurecen los aromas del día y de nuevo se implanta en tu territorio un reino de bocas estrechas, como cuando pasa una ráfaga de besos desconocidos, llenos de rojo y pituitaria, y no haces más que abrir las bocas clavando los dientes, inaugurando lengua y tabaco por donde habitan apetitos ermitaños y vital ternura y calor que no tardan en ser arrasados.

plaga que emana de tu cuerpo, silenciosamente voraz, sigue bailando bajo miradas, que la danza va siendo postrera y el líquido demasiado escaso, adentro la vida se arrastra remota...


yo estoy ahora sobre ella y no sé qué decirle, lo que ha pasado fue tan repentino, tan redentor, tan incomparablemente diáfano, que todo ha callado con respetuosa unción, y se recoge el suelo frío para recibirla.

ahí, desamparada, tendida su carne sobre pelos, goteando incontenible de su inercia, algunos de mis dedos ruedan por última vez hacia sus ojos abiertos...

me voy quedando dormido apoyado, la hermosa síncopa de su corazón acabándose me arrulla lentamente, como el final de una canción terminada a pocos.


...afuera cae la noche deliciosamente oscura, infinita,
y otra vez el silencio.

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